domingo, 7 de enero de 2018

Zenda libros. Cuento de Navidad

El espíritu de la Navidad

El belén era de mamá. El árbol de papá. Cada año, el primer domingo de adviento, mamá sacaba la caja con las cosas de la abuela y la abría delante de nosotros. Era una caja grande de cartón que arrastraba hasta el centro del comedor ella sola. Después nos llamaba con la misma voz con la que cantaba coplas mientras cocinaba o limpiaba el suelo de la casa. Aunque ya sabíamos lo que había dentro, nos arremolinábamos a su alrededor como si nos fuera a enseñar el mayor de los tesoros. La destapaba sin ninguna ceremonia, pero con la luz de la nostalgia iluminando su cara. Dentro, apartaba otras cajas más pequeñas, algunos libros, una bolsa con un rosario, y una novena a Santa Gema Galgani, y algunos trastos más que no consigo recordar; hasta que descubría, debajo de todo, una caja de galletas Fontaneda, de las que vendían antes, de cuatro o cinco kilos, que rescataba del fondo para enseñarnos las figuritas que habían estado durmiendo todo el año en su interior. Nada nos importaba que a uno de los camellos le faltara una pata, ni que alguno de los pastores fuera manco o que estuviera rota la silla del señor de las gachas. Las colocábamos todas siguiendo sus indicaciones, en un rincón del comedor, sobre un fieltro verde adornado con bolitas de corcho blanco. Primero el portal, con el techo casi hundido y algunos de los palitos de pino barnizado a medio despegar. Después el misterio, con la mula y el buey calentando una cuna todavía vacía. La Virgen y San José, los reyes con sus camellos, los pastores con sus ovejas y Herodes con su ejército, al final, junto a un castillo recortado de cartón apoyado en una de las paredes. Cuando solo faltaba el niño, que mamá había guardado entre algodones en uno de los cajones de su cómoda, sacábamos las panderetas y cantábamos todo el repertorio de villancicos que habíamos aprendido a lo largo de los años. Y se quedaba allí, un poco olvidado hasta que nos daban las vacaciones de Navidad.
Con papá íbamos a la plaza Mayor algún domingo de diciembre que el Madrid no jugara en casa. Primero nos dábamos una vuelta por los puestos y mirábamos con admiración las figuritas de Belén que vendían en ellos. Las había de todos los tamaños y estaban enteras. Tenían enormes portales de madera barnizada y familias de muchos animales distintos. Nos parecían maravillosas, pero no podíamos decir nada, ni mucho menos comprarlas, porque para mamá las mejores eran las de la abuela y solo entrarían otras en casa por encima de su cadáver. Así oímos una noche, cuando ya nos habíamos acostado, que se lo decía a papá muy enfadada. Había también puestos de zambombas y panderetas, de artículos de broma, de bolas, espumillón y árboles de mentira, pero no compraríamos nada hasta llegar a los puestos en los que vendían los árboles. Papá se acercaba despacio y observaba los de cada puesto. Se daba una vuelta, dos, a veces tres o más hasta que decidía cuál de todos iba a ser el elegido. Casi siempre preguntaba por uno más pequeño que hubiera al lado del elegido para indignarse por el precio. Alegaba lo que habían subido desde el año pasado y que estaban más pelados, que era una vergüenza aprovecharse así de la gente en estas fechas y que había preguntado en otros puestos y estaban más baratos. Como los precios estaban engordados, al final conseguía una pequeña rebaja y nos íbamos a casa tan contentos con la sagacidad de nuestro padre y con una lección aprendida que tal vez en el futuro nos podría servir de algo. Ya en casa papá sacaba otra caja con los adornos que había ido comprando para el árbol. Había bolas de cristal muy bonitas y delicadas que nos dejaba ver, pero que solo él colocaba en la parte más alta. Aunque una de las tareas más difícil era la de plantar el árbol en un tiesto que habíamos forrado previamente con un papel brillante y lleno de estrellas. Cuando lo intentábamos, todo el suelo se llenaba de mantillo y mamá venía corriendo a barrerlo mientras despotricaba en voz baja pero tajante. Casi siempre quedaba algo torcido, pero lo dejábamos por imposible y colocábamos el espumillón, las bolas menos delicadas, los renos y los papanoeles, y los paquetes falsos de regalo, rodeando el árbol y colgando de sus agujas. Antes de sacar las panderetas, papá cogía a Luisito, el más pequeño de nosotros, y le aupaba hasta la copa para que colocara allí una estrella grande y brillante. Vas a poner la guinda, decía, y cantábamos los mismos villancicos que cuando pusimos el belén, incluso en el mismo orden.
El día veinticuatro olía a guirlache y asado, teníamos los bolsillos llenos de caramelos y polvorones del aguinaldo, cantábamos y bailábamos para entrar en calor, dibujábamos estrellas en los cristales empañados de las ventanas. Mamá iba y venía de un lado a otro mientras colocaba las bandejas de dulces y turrones, mientras preparaba las ensaladas y cocía las gambas, mientras regaba el cordero con el jugo que él mismo iba soltando, mientras colocaba la mesa. En uno de esas idas y venidas siempre se acordaba de rescatar al niño de la cómoda, de sacarlo con cuidado de su funda de algodones y colocarlo en la cuna, aunque no fueran todavía las doce, porque decía que tenía que presidir la cena. Papá solía llegar con los ojos brillantes y un deje de ternura en el hablar. Traía dos botellas de sidra helada y el peso de los años en los bolsillos. Cenábamos pronto y nos íbamos con la barriga llena, y la felicidad de estar juntos en las mejillas, a la misa del gallo. Convencidos de que siempre sería así, sin imaginar siquiera lo que duelen las ausencias, lo que cuesta arrastrar una caja de recuerdos por el suelo de la casa.

17 comentarios:

  1. Nostalgia y ternura a flor de piel. Muy muy bonito.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Marta!!! Sin ser autobiográfico si se nota mucho el peso de los recuerdos.
      Bsss!!

      Eliminar
  2. Preciosos recuerdos contados con tu mirada tan personal y entrañable. Gracias por compartirlo, brother. Ha sido un placer leerte.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo que es un placer es que me leas. Me alegro que te haya gustado. Sí, hay muchos recuerdos en el cuento. Eran otros tiempos, otra Navidad, otra mirada. Hace mucho tiempo que la Navidad es de los niños y de quienes se han ido, de los ausentes. Pero no vamos a ponernos tristes. Muchísimas gracias hermanita. Un beso grande!!!

      Eliminar
  3. Qué entrañable, Juancho, esa es la Navidad de verdad, la que vamos olvidando o queremos olvidar cuando nos hacemos mayores. Un relato muy tierno, sin ninguna pega, al menos para mí. Felicidades.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La que se vive desde la inocencia y la ilusión, la que llena de magia cada día en esa cadena sin fin que de mayores se nos hace tan cuesta arriba, o eso decimos. Muchísimas gracias Manoli!!! Un beso grande!!!

      Eliminar
  4. Muy visual, tanto que no cuesta terminar en el salón de uno mismo frente a un belén en el que al camello le falta también una pata... ¡Suerte!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuando las figuritas eran de barro en vez de resina y se perpetuaban de generación en generación, aunque estuvieran tullidos, y las desenvolvíamos como si fueran un tesoro. Muchísimas gracias Dominique!!! Un beso grande!!!

      Eliminar
  5. Un relato lleno de sensibilidad y recuerdos, en el que es difícil no verse reflejado.
    Un abrazo y suerte, Juancho

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que sí, que para alguien de más o menos mi edad es fácil reconocerse en el relato. Eran tiempos de estrecheces, aunque en Navidad, siempre se intentaba levantar algo el nivel. Muchas gracias por venir Ángel!!!
      Te veo pronto. Un abrazo!!! P.D. No hubo suerte Ángel...

      Eliminar
  6. Precioso relato. Muy evocador.
    Enhorabuena. Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias María Jesús!!! Gracias por pasar por el blog. Un beso grande!!!

      Eliminar
    2. Muchas gracias María Jesús!!! Gracias por pasarte por el blog!!! Un beso grande!!!!

      Eliminar
  7. Precioso y nostálgico, con esa mirada llena de inocencia e ilusión. Un beso enorme de mi parte, Juancho. Gloria Arcos

    ResponderEliminar
  8. Muchísimas gracias Gloria, creo que cualquiera de nuestra generación se puede ver, más o menos, reflejado en el niño que protagoniza el cuento. Un beso enorme también para ti, y Feliz Navidad!!

    ResponderEliminar