sábado, 13 de agosto de 2016

Viernes Creativo. Rosa Basurto.


Me han dicho que la semana pasada también hubo viernes, y esta fue la propuesta de Ana Vidal...


Se levanta la bruma y estamos a mesa puesta con esta evocadora fotografía de Rosa Basurto. ¿Qué te susurra esta imagen?

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Devhora o Manual simplificado de deconstrucción 

Fue Marcel, tan complaciente siempre, tan dispuesto a satisfacer todos sus caprichos entre las sábanas, el primero en abandonar la mesa. Había tragado con los suspiros de tallos de alcachofas recogidos en noches de luna nueva, con la muselina de ruibarbo al aroma intenso de caléndula y con la emulsión de pétalos de rosa sobre gelatina de hinojo fresco, pero por fin se rindió. Incapaz de enfrentarse a aquella mousse de babas de caracol en salsa de almendras amargas y lluvia de cebollino en finísimo brunoise, se calzó su sombrero de Panamá, agarró su bastón de ébano con empuñadura de marfil, se levantó de la silla de madera noble, que había ocupado de forma tenaz durante los últimos años, y se marchó por la misma vereda que había llegado un día, sin atreverse a mirar atrás y con la arrugada dignidad de un sacristán de pueblo. La siguiente fue Adelina, su hermana. Siempre a la sombra de Devhora e incapaz de llevarla en nada la contraria, añoraba en secreto los guisos de abuela: las suculentas calderetas rebosantes de salsa y de cordero, repletas de zanahorias y guisantes; los pucheros de jamón y magro, de longanizas y morcillas de arroz o de cebolla; los bizcochos marmóreos que no se deshacían ni mojados en leche y no aquella espuma de menta y esencia de sésamo que supuso la gota que colmó el vaso de su infinita paciencia. De la mano de la abuela cruzaron el jardín hasta llegar a la casa y de allí salieron en dirección al pueblo cargadas de maletas antiguas, de arcones de otro tiempo, que habían olvidado lo que significaba salir de viaje. Los niños aprovecharon para salir corriendo, para ahorrarse aquella comida que se hacía tan difícil de pronunciar como de terminar, y se perdieron en dirección al río, en medio de una bruma espesa que acabó por evaporarlo todo, por dejarla allí sola, pensando de qué manera, con aquellas dos naranjas y un azucarero, podría volver a elaborar una familia nueva.

Viernes Creativo. Julio Cortázar.



Este viernes, Ana Vidal, aconsejada por María Belén Mateos Galán, nos cambia el paso para pedirnos una imagen que encaje en un relato de Cortázar, esta es su propuesta, y la imagen que me ha sugerido...

Pese al título del viernes creativo, hoy no os pido que escribáis una historia sino que encontréis una imagen para esta historia, un cuento breve de Julio Cortázar rescatado de su libro «La vuelta al día en ochenta mundos». Es posible que, después, esa imagen os lleve a escribir vuestra propia historia.


Manera sencillísima de destruir una ciudad

Se espera, escondido en el pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora, la nube se convierte en mármol y el resto no merece comentario.
Te invito a dejar tu imagen —y tu historia— en un comentario en esta entrada, en facebook, en google+, en twitter, en tu blog o donde quieras, el asunto es jugar.






Menú económico para gárgolas de bolsillo

Todavía se puede escuchar el maullido de los gatos. Lejos. El rumor oscuro y sordo que emerge desde el fondo de la tierra. Un temblor de cielo. La vieja ciudad que escapa del infierno para devolvernos demonios olvidados. Lamentos de luz y mármol. Y entre las sombras, en un rincón de la escalera, despojos de pescado en un charco de leche.

martes, 2 de agosto de 2016

Viernes Creativo. Zdzislaw Beksinski.


Hay algo bello y aterrador en lo que nos espera. ¿Qué te inspira esta imagen de Zdzislaw Beksinski?

Esta es la propuesta que Ana Vidal nos deja en la última página de Escribe fino, sobre una espectacular imagen de Zdzislaw Beksinski, que a mí, no sé por qué, me ha querido llevar hata los Cárpatos...

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Renacimiento


El día en que Mhatías Whonnovich, después de muchos años de investigación, pudo por fin gritar “¡Eureka!”, estallaron matraces y pipetas, se reventaron capilares y tubos de ensayo, se avivaron mecheros y crisoles, se desequilibraron balanzas y temblaron, cómo nunca hasta entonces lo habían hecho, las paredes del laboratorio que había convertido en su castillo después de la muerte de Evangheline Adamcizk, su esposa y madre del único hijo de ambos. Ni Evangheline ni el joven Mhatías lograron superar el trance del parto, aquella noche de tormenta. El reverendo Adamcizk, la ciudad en pleno y el propio Whonnovich, nunca consiguieron perdonar que les hubiese privado de la más bella y prometedora de las mujeres que allí habitaban. Empeñado en una paternidad que desaconsejaban los mejores doctores del mundo conocido, no cejó en su empeño hasta dejar encinta a la flor de Sighisoara.

Allí, abandonado y solo pasó el resto de sus días, hasta que aquel rayo salvador consiguió abrir, de una vez por todas, las puertas del infierno. Eva le esperaba, más seductora que nunca, con los brazos abiertos, sedienta de su sangre salvadora, para engendrar una estirpe inmortal.